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La maestra de Facu

De estar sentado frente a una computadora resolviendo ecuaciones tridimensionales, pasé a preocuparme por los pibes que estudian en las escuelas de Mendoza.  Ahí me di cuenta de que los algoritmos son una pavada frente a la complejidad y belleza de esta realidad.
Una calurosa mañana de enero, abstraído por los problemas cotidianos, llego al imponente edificio de gobierno; a los pies de la escalera del ala este me encuentro con una señora de varios otoños vividos, una de las tantísimas señoras que pasan diariamente por allí. Sin embargo su mirada era diferente, estaba contemplando la entrada con una carta en la mano y cierta congoja en su rostro. La saludo por cortesía y ella me pregunta:
–Disculpe señor, ¿usted sabe dónde queda la Dirección de Estadísticas?
Acostumbrado a que los pasillos del Ministerio de Economía, Infraestructura y Energía, lugar en el que trabajé por 16 años, son frecuentados por empresarios, arquitectos, economistas e ingenieros de miradas ansiosas y enérgicos movimientos; me sorprendo de que ella busque ese piso y torpemente, como diciendo ¿Ud. está segura de que busca esa dirección?, le pregunto:
-¿Dónde queda la Dirección de Estadísticas?
–Si m’hijito. Contesta ella, ahora con las manos sobre el pecho apretando la carta y una sonrisa que emanaba mucha calidez.
Atrapado por esa mirada que popularizó el Gato con Botas en la saga de Shrek, me planteo: Si le explico cómo llegar, seguro que se pierde, entonces en ese mismo instante le digo:
-Venga conmigo señora, que yo justo tengo que ir para allá. Tomamos el ascensor al cuarto piso y, radiante de júbilo me comenta:
-¡Qué alegría tengo hoy!, ¿Sabe por qué? Soy maestra jubilada y leí en el diario que a uno de mis alumnos lo han nombrado director de estadísticas de la provincia de Mendoza. Y vengo a traerle una nota de felicitación.
Esta frase me arrancó una sonrisa de esas que solo emanan del alma…
Llegamos a la oficina de Estadísticas, di tres golpes a la puerta para anunciar la llegada, se escuchó un “adelante”. Abrí la puerta y le dije a mi amigo:
–Facundo, te traje un regalo… pase señora…
Facundo se levantó de su asiento y le dio un fuerte abrazo a su maestra.
Yo cerré la puerta y me volví a mi oficina pensando: “velay que misterio… que uno le deba tanto a un maestro y este, encima, sigue acrecentándonos la deuda con cariño y una educación que va más allá de la escuela”
Prof. Cristian Expósito