Como en un ajedrez diabólico
Aquellos militares dividieron el país en cuatro zonas estratégicas para acabar con la subversión. Una zona para cada Comando de Ejército, ejecutando un poder paralelo a los de factos ejecutivos provinciales.
Al General Luciano Benjamín Menéndez, Comandante en Jefe del Tercer Cuerpo del Ejército, le tocó la «faja paralela a Los Andes», que incluía a la provincia de Mendoza.
En el caso de Mendoza los gobernadores del «proceso de reorganización nacional» estuvieron vinculados a la Fuerza Aérea. Después del breve interinato, de un mes, del Coronel Tamer Yapur Maslup de la VIII Brigada de Montaña, asumió la dirección provincial el Gobernador Sixto Fernández hasta 1980; luego reemplazado por el Brigadier Rolando Ghisani: Los últimos dos gobernadores de facto, cuando el Proceso desfallecía, hasta el advenimiento democrático en diciembre del ’83 fueron civiles: Bonifacio Cejuela y Eliseo Vidart Villanueva.
La tarea de la represión en Mendoza la ejecutó la VIII Brigada de Infantería de Montaña, a cargo del Comandante Jorge Maradona. Lo apoyaron el jefe de la policía, Vicecomodoro Julio César Santuccione (que venía de la época democrática del interventor peronista Antonio Cafiero) y el Comisario Pedro D. Sánchez.
Algunos de los centros clandestinos del lamentable momento fueron la Penitenciaría Provincial, Colonia Papagayos, Liceo Militar «General Espejo», «Las Lajas», Círculo de Suboficiales, Palacio Policial – Departamento Informaciones D-2, VIII Brigada de Infantería de Montaña, Comisaría Séptima- Godoy Cruz, Batallón de Infantería y Cuartel de Bombero- San Rafael, Unidad Militar Campo Los Andes (El Refugio), El Chalecito (Las Heras), Comisaría 25 (Grupo Motorizado – Guaymallén), Departamento Logístico de la Policía de Mendoza, Compañía de Comando y Servicio, detrás del Hospital Militar.
El trágico resultado del «proceso» en Mendoza arrojó la desaparición de más de 200 personas, miles de detenciones, la intervención a todas las facultades de la UNC, el cierre de centros de estudios, la supresión de la actividad política y gremial. Además de poner al descubierto las dos posturas de la iglesia católica: el sector colaboracionista y el ala progresista.
El triste otoño en el Este mendocino
«Yo sólo quería un país más justo, eso era lo único que me preocupaba»; comenta «el Pituco» Belardinelli, sentado en la verja de su casa de Rivadavia, dando paso al optimista mensaje de soñar con una nación mejor, pese haber sufrido como pocos una Argentina sin ley.«No es lo mismo el otoño en Mendoza», canta la iconográfica canción mendocina. Sin embargo ese otoño fue igual en cada rincón del país: la impunidad y la tortura comenzaron a ser la moneda corriente que invadió nuestra nación, signando días oscuros, impregnados de terror, atentados, persecuciones, secuestros y muertes.
Y así entre aquellos simbólicos 30.000 desaparecidos, 8.000 presos políticos y más de 500 niños nacidos en los 64 centros clandestinos que proliferaron en todo el territorio argentino, de los cuales afortunadamente muchos de ellos han recuperado su identidad, Elbio Miguel «Pituco» Belardineili, compañero de cautiverio de Bustelo, Perlino, Surballe, Mendoza y Di Benedetto, alza su esperanzadora voz, más allá del cruel recuerdo de sus casi 500 días como detenido en el «centro clandestino D2», para luego ser trasladado al penal «U9 de La Plata» junto a 1.800 detenidos más.
Mientras tanto otros rivadavienses correrán su misma trágica suerte al ser detenidos en el marco de una brutal persecución: Carlos Vecchi, Miguel Membril (vecino de la zona de la Bodega «El Globo» a pocos kilómetros de la emblemática Bodega Gargantini), «el Flaco Pedernera»de Los Campamentos, muerto en La Rioja junto al trascendente Monseñor Angelelli, Orlando Burgoa. Alfredo Ghilardi, Mario Díaz y Norma Graciela Arenas, quien declarará en octubre de 2014, ante los Tribunales Federales de Mendoza: «Quiero expresar mi enorme reconocimiento y gratitud para reconocer que yo, hoy esté sentada aquí después de 38 años». (…) «Estos juicios son históricos por su valor jurídico, pero por sobre todo por su valor educativo.
Por mi voz hablan los que no están, los que están muertos». Ejemplar.
Brutal y dramática suerte, distinta a Norma Arenas, correrán el matrimonio sanmartiniano de Marta Saroff y Alfredo Leroux, ametrallados en San Juan, Luis Roque Moyano, Ana María Moral ejecutada cuando ingresaba a la iglesia Nuestra Señora de Fátima, en Godoy Cruz el 8 de abril del ’77, por un operativo de las Fuerzas Conjuntas (Policía Provincial y Ejército) y Federico Suárez, muerto en San Luis.
Mientras que otros sanmartinianos eran detenidos o desaparecidos, como Nilda Rosa Zarate, Julio Carricondo, Justo Saavedra («Chueco»), Juan Carlos Gutiérrez, Nelly Baigorria, el gordo Bruno, el Tato Arias, entre muchos esteños más.
Y así, en un pedazo de Mendoza; al mismo tiempo, la misma historia repetida, que se posaba en todo el país.