12 de febrero de 1817. La batalla clave
Mucho ya hemos comentado del heroico Cruce de Los Andes. De las peripecias que implicó el paso a Chile y del enorme gasto, que en lo físico y mental, debieron haber sufrido los casi cinco mil hombres que atravesaron la cordillera. Mucho también se ha dicho de la preparación por años de una audaz e inteligente estrategia para llevar adelante el plan de liberación continental; de las intrigas y alianzas desarrolladas en pos del objetivo, conocida como la «guerra de zapa»; de los aprontes logísticos para movilizar a miles de personas, armamentos, provisiones y animales; además del gigante aporte humano, material y económico del pueblo mendocino.
Y como si eso fuera poco, casi sin respiro, apenas finalizado el cruce cordillerano, a los tres días de concentradas las columnas del ejército que pasaron por Uspallata y Los Patos en las «tierras negras» de Curimón, pequeño poblado ubicado cinco kilómetros al este de la ciudad de San Felipe y a doce kilómetros al oeste de Los Andes, debieron librar una batalla trascendente: la batalla de Chacabuco.
Pero previo, y como antesala del triunfo en Chacabuco (tema que nos convoca), deberíamos considerar otro tipo de «batallas» que San Martín venía librando, desde hacía tiempo, y en paralelo. Por citar algunos ejemplos, rescatamos:
- Persuadir a los autoridades porteñas que lo nombraran Gobernador de Cuyo, convenciendo a propios y extraños de la relevancia que tenía concentrar un ejército en Mendoza.
- Vencer las suspicacias y desconfianza que generaba en el establishment porteño.
- Empujar sin escrúpulos la declaración de la Independencia en Tucumán en 1816, pues el primer paso lógico para bregar por la emancipación concreta era, imprescindiblemente, ser independiente. Como sostendrá el General San Martín desde Mendoza en correspondencia con el congresal cuyano Tomás Godoy Cruz: «es ridículo acuñar moneda, tener pabellón nacional y hacer la guerra al soberano del cual dependemos. ¡Hasta cuándo esperamos declarar nuestra independencia!». La Independencia implicará también, la institucionalización del orden, lo que permitiría el reconocimiento externo de las Provincias Unidas. En ese sentido, el Congreso de Tucumán («empujado» desde Mendoza), junto a la Declaración de la Independencia permitió el reconocimiento externo de las Provincias Unidas, herramienta imprescindible para que el General San Martín pudiera movilizar su ejército fuera de las fronteras de nuestro país.
- Pensemos además que si la declaración se posponía, se perdería la posibilidad de pasar Los Andes en el próximo verano, atrasando los planes un año y dando la posibilidad a los realistas de hacerse más fuertes.
- Convencer al sector militar y político que lo relevante que era tomar Lima, la capital histórica y política más importante de América desde la ocupación española. Eje central del dominio español y centro económico trascendente para la vinculación entre Europa y América desde el siglo XVI.
- Sobreponerse a la derrota americana de Rancagua ante los realistas y la recuperación de Chile por parte del ejército español. Instancia que trastocó rotundamente todos los planes, pues a lo programado en origen: llegar a un Chile ya liberado y desde ahí embarcar a Perú, había que agregarle el gigante doble esfuerzo de volver a liberar al país trasandino, con el inminente riesgo que el ejército español tomara la ofensiva hacia Cuyo.
- No descuidar el tablero internacional y el dinámico juego de alianzas entre las distintas potencias europeas; mucho más después de la vuelta al trono de Fernando VII, el Congreso de Viena y la restauradora «Santa Alianza». Contemplando además que en poco tiempo, España había sepultado todos los proyectos independentistas americanos surgidos de las luchas libertarias, como el movimiento de Hidalgo y Morelos en México y el de José Artigas en la Banda Oriental, más el rotundo fracaso de las campañas libertadoras al Alto Perú y las derrotas de las insurrecciones americanistas en Cartagena, Bogotá, Nueva Granada, la reciente (ya señalada) caída de Santiago por la derrota de Rancagua, además de la firme consolidación de la elite aristocrática españolista en Lima.
- Sortear los obstáculos de la interna chilena y argentina, aún a días de la partida del ejército libertador. Y hasta sofocar intrigas y deslealtades durante el mismo Cruce de Los Andes.
- Estimular la idea de libertad por sobre todas las cosas, y movilizar al pueblo cuyano para que se comprometiera con el objetivo, cuya única recompensa era ser libres.
- Instaurar el suficiente valor y convicción en sus soldados para que el Acta de la Declaración de la Independencia de julio de 1816 tuviera sentido. Aquellos congresales se comprometieron, y por su intermedio todos los hombres y mujeres de la patria, a defender la independencia bajo cualquier precio y costo. Una prueba cabal fue lo que reflejaba el Acta: «Comprometemos, por nuestro medio, al cumplimiento y sostén de esta voluntad (la Independencia), bajo el seguro y garantía de nuestras vidas, haberes y fama».
- Agreguemos además las personales batallas físicas y anímicas libradas por San Martín contra la cantidad de dolencias y enfermedades que lo persiguieron siempre: asma, basilosis (una especie de tuberculosis), reuma, úlcera, gastritis, hemorroides gangrenadas, insomnio, un constante estreñimiento y cataratas en sus últimos años, conjugaron un combo de otras duras batalla que también debió librar.
La Batalla
La batalla de Chacabuco fue un decisivo enfrentamiento en la contienda de la Independencia de Chile, resultando una victoria clave para el bando independentista conducido por San Martín, que contó entre sus filas con un amplio contingente de emigrados chilenos que llegaron a Cuyo tras la derrota de Rancagua. Debemos destacar que una serie de combates, injustamente llamados «menores» por algunos, se venían librando desde la misma partida de las columnas del ejército (ejemplo: Combate de Picheuta, entre otros).
Y así, en la hacienda de Chacabuco (Colina), a cincuenta y cinco km al norte de la ciudad de Santiago, en la madrugada del 12 de febrero de 1817, se enfrentaban los bandos patriotas y los realistas. La táctica del ejército libertador fue emplear un sistema de pinzas por el frente y la retaguardia, dividiéndose a las tropas disponibles en dos:
- La Primera División o ala derecha al mando de Miguel Estanislao Soler, que debía atacar por el oeste, estaba compuesta por los batallones Nº 1 de Cazadores y Nº 11, las compañías de Granaderos y Cazadores de los Batallones Nº 7 y Nº 8, el escuadrón Nº 4 de Granaderos, el escuadrón escolta del general en jefe y siete piezas de artillería de cuatro con ochenta artilleros de dotación. Lo que ascendía a un total de dos mil hombres en esta columna.
- La Segunda División o ala izquierda al mando de Bernardo O’Higgins debía atacar por el este; estaba formada por las compañías de fusileros de los batallones 7 y 8; los escuadrones restantes 1º, 2º y 3º de Granaderos a Caballo y dos piezas de artillería del Batallón de Artillería. Ascendía el total de esta columna a mil quinientos hombres.
El desenlace del combate
Citado del Instituto Nacional Sanmartiniano:
«El plan de San Martín era que O’Higgins atacara por el este, Soler por el oeste y San Martín de frente. Llegada la batalla O’Higgins se desespera al no recibir órdenes de San Martín e inicia el ataque; cuando San Martín se da cuenta de esto envía a un mensajero para que Soler comience el ataque. No había tiempo hasta que Soler ataque y San Martín decide ir él por el frente junto a O’Higgins, hasta que luego una división de adelantados de Soler arribó produciéndose el envolvimiento completo del flanco izquierdo y de la espalda, y destrozando la retaguardia realista, consolidándose así una aplastante victoria a favor de los patriotas. La batalla concluyó a las 14:00 horas. El sorpresivo avance de Maroto cambiaba por completo el panorama. Ahora O’Higgins, sin ayuda de Soler, tendría que batirse con la totalidad de las fuerzas realistas o retroceder a una catástrofe segura. O’Higgins al no recibir respuesta ante esta situación a las 11:45 y contraviniendo las órdenes de San Martín de no comprometer fuego, aconsejado por Crámer, (ex oficial de Napoleón), ordenó a la infantería cargar a la bayoneta, organizando dos columnas de ataque, siguiendo el modelo napoleónico y lanzándolas sobre el ala derecha enemiga (Batallón Talavera) apoyada por la caballería del coronel José Matías Zapiola, pero los granaderos tropezaron con el profundo cauce de Las Margaritas, que no habían visto, no pudiendo pasar en formación de ataque y retrocedieron tras una andanada de fuego enemigo, sin sufrir muchas bajas, hasta el cerro de los Halcones, donde se reorganizaron. De nuevo O’Higgins y Cramer las lanzaron al asalto, dirigiendo ahora la caballería contra el flanco derecho y la infantería contra el centro. Un pelotón de caballería rompía la línea realista entre la extrema izquierda del Talavera y la derecha del grueso del batallón Chiloé, arrollando a los artilleros. La infantería ya casi vencedora, acudió en auxilio de la caballería. Zapiola, después de romper el cuadro formado por los talaveras, rebasó el ala derecha realista y una segunda carga sobre la infantería y la caballería enemigas produjo la dispersión. Los restos del ejército realista huyeron a la desbandada hacia las casas de Chacabuco distante a pocos kilómetros, y dejando en el campo la tercera parte de sus efectivos. En medio de la batalla San Martín llama a Osorio, el General Realista, para que saque a sus heridos de la batalla, dando así San Martín un ejemplo de hacer una campaña con el menor costo de sangre posible.
Una característica saliente es que hubo momentos donde el jefe del Ejército de Los Andes debió improvisar sobre la marcha y hasta involucrarse él mismo en el combate, algo extraordinario y excepcional para quienes ostentan el rango máximo.
El general Gerónimo Espejo, que participó de la Campaña de los Andes, lo cuenta así: “Al ver en tan inminente riesgo la obra que le costaba tantos sudores y desvelos, el pundonor, la responsabilidad, el despecho, quizás lo condujeron (a San Martín) a la cabeza de los Granaderos, resuelto a triunfar o no sobrevivir si se consumaba el infortunio».
Consecuencias del triunfo
«En veinticuatro días hemos hecho la campaña; pasamos la cordillera más elevada del globo, concluimos con los tiranos y dimos libertad a Chile». Qué más contundente que la propia expresión de San Martín para sintetizar el mérito de la victoria en Chacabuco. (Carta a Pueyrredón – 22 de febrero de 1817):
También muy gráfico resulta el «parte de batalla» oficial de San Martín que enviara al mismo Juan Martín de Pueyrredón.
«Excelentísimo Señor:
Una división de mil ochocientos hombres del ejército de Chile acaba de ser destrozada en los llanos de Chacabuco por el ejército de mi mando en la tarde de hoy. Seiscientos prisioneros entre ellos treinta oficiales, cuatrocientos cincuenta muertos y una bandera que tengo el honor de dirigir es el resultado de esta jornada feliz con más de mil fusiles y dos cañones. La premura del tiempo no me permite extenderme en detalles, que remitiré lo más breve que me sea posible: en el entretanto, debo decir a V. E., que no hay expresiones como ponderar la bravura de estas tropas: nuestra pérdida no alcanza a cien hombres.
Estoy sumamente reconocido a la brillante conducta, valor y conocimientos de los señores brigadieres don Miguel Soler y don Bernardo O’Higgins.
Dios guarde a V. E. muchos años. Cuartel general de Chacabuco en el campo de batalla, y febrero 12 de 1817. Excelentísimo Supremo Director del Estado».
El propio enemigo describe con gran precisión el impacto estratégico de la batalla. Desde Lima, el virrey Joaquín de la Pezuela admitirá que «la desgracia» padecida por sus fuerzas en Chacabuco había transformado «enteramente el estado de las cosas». «Cambióse el estado de la guerra», escribió.
Lo concreto es que tras el triunfo de Chacabuco, se recuperó Chile para la causa independentista y de ese modo finalizó el período de la Reconquista española, o Restauración, y comenzó el período de la Patria Nueva en Chile.
Inmediatamente la Asamblea Chilena bajo la presidencia del Gobernador Francisco Ruiz-Tagle, elegido interinamente por el pueblo, nombró por aclamación unánime a José de San Martín como Gobernador de Chile, quien se negó a aceptar el cargo, siendo elegido el General O’Higgins, Director Supremo del Estado de Chile.