El temperamento al servicio de la razón. De San Juan al «nuevo mundo»
Sobre las ruinas del sistema colonial español y la incipiente emancipación americana, nacía en 1811 uno de los cuyanos más famosos de todos los tiempos. Político, estadista, escritor, periodista, diplomático, militar, pero también, tendero, vendedor de azúcar, minero, perito topógrafo, urbanista, maestro rural y promotor de las ciencias. Circunstancias que generarán en la vida del sanjuanino, una visión particular sobre los virulentos cambios que sufrirán el mundo y Argentina, al compás de las transformaciones del siglo XIX.
«Hijo de don José Clemente Sarmiento y de doña Paula Albarracín, se crió en lo que él mismo llamaba ‘la noble virtud de la pobreza’. ‘Mujer industriosa’, doña Paula Albarracín había establecido un telar debajo de una de las higueras heredadas en su casa. Don José Clemente Sarmiento era, en cambio, militar y, como su esposa, había sido educado en los rudos trabajos de la época: arriero de tropa y peón en la hacienda paterna».
Nació «tierra adentro», al borde de «la falda de Los Andes nevados». En el lejano San Juan; en el pueblito de Carrascal, uno de los barrios más pobres de la ciudad. Entre casas de barro, iluminadas por velas de cera, telares a mano, carretas tiradas por bueyes y un primitivo sistema de chasquis y postas como único medio vinculante con la «civilización». Pero muere como ciudadano del mundo, en un “nuevo” universo que lo tuvo como testigo y protagonista.«Mundo nuevo», donde Joseph Swan y Thomas Edison han inventado la lámpara de filamento de carbono multiplicando los efectos de la iluminación eléctrica. Alexander Bell el teléfono. Karl Benz el automóvil de gasolina y el británico John Dunlop la llanta neumática.
Mundo nuevo, donde las máquinas y fábricas se multiplican, y las ciudades de Valparaíso, Montevideo, Paris, Barcelona, Venecia, Milán, Roma, Berlín, Zurich, Nueva York, Boston, La Habana, Asunción, lo cobijaron como huésped y lo nutrieron de conocimiento e inquietudes.
Sarmiento fue un viajero incansable de ese vertiginoso siglo XIX. Tiempo en cuyas librerías de Buenos Aires ya se exhibían la sociología de Comte, la democracia de Tocqueville, el anarquismo de Proudhon, el cristianismo de Feuerbach, las novelas de Balzac y Zola, las narraciones de Flaubert, el estructuralismo y la semiótica de Saussure, el evolucionismo de Darwin, el liberalismo de Smith y el socialismo de Marx. Todos conviviendo en la vidriera con el «Facundo» de Sarmiento.
Polémico y discutido. Fiel a sus convicciones. Concejal por la parroquia de Catedral del Norte; Senador y Gobernador de su provincia; Embajador en EE.UU; Presidente de la República; Ministro del Interior con Avellaneda; Director de Escuelas de Buenos Aires. Funciones y cargos que acompañaron una idea fija: la voluntad inquebrantable de construir una Nación «quitándole a la oligarquía el monopolio del abecedario». Será por eso, entre otras cosa, que en 1943 la Conferencia Interamericana de Educación reunida en Panamá, integrada por educadores de toda América, estableció el 11 de setiembre como “Día del Maestro” para todo el continente americano.
Predicador de la Modernidad
Indudablemente, el itinerario vital de Sarmiento distingue distintos momentos, siempre intensos, y muchas veces contradictorios. Eslabona una cadena de aciertos conjuntamente con odios ancestrales que definirán claramente su personalidad. Indomable luchador al precio que fuera necesario pagar, e intransigente con su verdad, aún a costa de su vida.
1. Etapa provinciana de 1811 a 1839: maestro precoz, exiliado y fundador de «El Zonda».
«Nacido en la pobreza, criado en la lucha por la existencia»; reflejándose en Benjamín Franklin tuvo que forjarse desde abajo.
Un simbólico hecho marcará su vida para siempre. Cuando terminó la primaria, su madre, quiso que estudiara para sacerdote en Córdoba, pero Domingo se negó y tramitó una beca para estudiar en Buenos Aires. No la consiguió y tuvo que quedarse en San Juan donde fue testigo de las guerras civiles que asolaban la provincia.
Las provincias de San Juan y San Luis cubrirán los primeros años su vida. El avance de Quiroga (icono imborrable en su vida) sobre San Juan lo encontrará defendiendo sus principios contra lo que llamará la «barbarie». Vencido escapa a Chile, iniciando el primero de los muchos exilios en el país vecino, empujado por la guerra civil argentina. En el vecino país trabajó como maestro en la «Escuela de Putaendo» y, luego, como empleado en una tienda de Valparaíso. En sus ratos libres estudió de inglés. Más tarde, trabajó de minero en Copiapó donde contrajo fiebre tifoidea.
Tras cinco años regresó y fundará «El Zonda», su primera empresa periodística y decano de los medios de comunicación sanjuanina. Y también creó el Colegio para Señoritas de la Advocación de Santa Rosa de Lima.
Participó de una sublevación unitaria que es derrotada, lo que hace que deba volver a emigrar, inmortalizando la frase: «Las ideas no se matan», reflejo y rubrica de sus convicciones.
2. Etapa cosmopolita entre 1839 y 1852: el intelectual, sus viajes y los libros principales.
Chile le permitió tomar contacto con el Ministro de Instrucción Pública, Manuel Montt, quien lo estimuló a organizar en Santiago la primera Escuela de Preceptores de América Latina. Colaboró en los periódicos «El Mercurio» y «El Nacional». Fundó «El Progreso», «La Tribuna» y «La Crónica».
En esta etapa escribió: «Mi defensa», «Método gradual de lectura» con el cual aprenderán a leer más de 2.000.000 de niños, «Vida de Félix Aldao», «Viajes…», «Educación Popular», «Recuerdos de Provincia» y «Argirópolis», un ensayo político que propone una «confederación» con Uruguay y Paraguay.
Un año clave en su vida fue 1845, cuando publicó en forma de folletín su obra más conocida: «Facundo: Civilización y Barbarie», radiografía social y política de la imagen que tenía del país, y eje de interminables controversias hasta nuestros días.
Viajó por Europa, África, EEUU y el resto de América para estudiar sus sistemas educativos, las políticas migratorias y comunicacionales. En dos años visitó Uruguay, Brasil, Francia, España, Argelia, Italia, Alemania, Suiza, Inglaterra, EEUU, Canadá, y Cuba. A fines de 1845 se contactó con los exiliados en Montevideo; allí conoció a Mitre, Varela y Echeverría, ideólogo de la «Generación del ´37». Viajó a Brasil, entablando una relación con José Mármol en Río de Janeiro, desde donde se trasladó a Europa.
Corría 1846, cuando en Gran Bourg (Francia) tuvo el gusto de visitar al General José de San Martín, ocupando gran parte de la charla lo sucedido en Guayaquil. Un año después, en los EE.UU, tomó contacto con el destacado educador norteamericano, secretario del Consejo de Instrucción Pública de Massachusetts, Horace Mann y a su esposa Mary. Ellos influirían significativamente en sus proyectos educativos y confirmaran la idea de Sarmiento de que la verdadera civilización de una nación no es poseer un centenar de hombres que constituyan la «aristocracia del saber» (el progreso no se apoya solamente en las universidades), sino que la clave del desarrollo de un país es la multiplicación de la educación primaria, confiándole a la mujer el protagonismo en el marco del sistema educativo.
Mientras tanto, la caída de Rosas en Caseros lo encuentra como integrante del Ejército Grande de Urquiza, con el grado de Teniente Coronel, siendo el redactor del Boletín de la Campaña.
3. Etapa de 1852 a 1874: La organización nacional, su proyecto, las polémicas y el amor.
Como dirá Ricardo Rojas de aquel ‘hijo del zonda’ en «El profeta de La Pampa»: “montañés de temperamento pero de mente sutil. Está hecho a la semejanza de su tierra, hombre ‘quijotesco’, enloquecido por los libros que lo lanzan a buscar aventuras”. Dicha búsqueda, no será otra que como prometió en un discurso cuando recién era electo primer mandatario: «el presidente será el caudillo de los gauchos trasformados en pacíficos vecinos».
No tardará en enemistarse con Urquiza y establecer una fuerte polémica con Alberdi sobre la organización institucional que necesitábamos. Durante este tiempo continuará su tarea como escritor y periodista. Ocupó varios cargos de gobiernos, hasta que Mitre lo designa Ministro Plenipotenciario de Argentina en EEUU. No perderá oportunidad al pasar por Perú, en el marco del Congreso Americano, de condenar el ataque español contra el Puerto del Callao demostrando su manifiesto posición independentista y liberal, pero también su acérrimo encono contra la «madre patria».
En tanto, la impopular Guerra del Paraguay azotó todo el litoral argentino, cobrándose la muerte de su hijo Dominguito, mientras que «la otra cara de la moneda» muestra el gran amor de su vida: Aurelia, hija de su amigo Dalmacio Vélez Sarsfield.
Es electo Presidente en 1868. Entre sus acciones de gobierno, cabe destacar la creación de 800 escuelas, la incorporación de 70 mil nuevos alumnos a la enseñanza primaria (hasta ese momento estudiaban 30 mil), la construcción del Observatorio de Córdoba, el fomento de la inmigración y el importantísimo desarrollo de los sistemas de comunicaciones y transportes.
Durante su gobierno se tendieron 5.000 kilómetros de cables telegráficos y en 1874, poco antes de dejar la presidencia pudo inaugurar la primera línea telegráfica con Europa. Modernizó el correo y se preocupó particularmente por la extensión de las líneas férreas, pasando la red ferroviaria nacional de 573 kilómetros a 1331 al final de su presidencia.
Fundó la Escuela Naval y el Colegio Militar. Creó la compañía de Gas Argentino y abrió cientos de bibliotecas.
«En 1869 se concretó el primer censo nacional. Los argentinos eran por entonces 1.836.490, de los cuales el 31% habitaba en la provincia de Buenos Aires y el 71% era analfabeto. Según el censo, el 5% eran indígenas y el 8% europeos. El 75% de las familias vivía en la pobreza, en ranchos de barro y paja. Los profesionales sólo representaban el 1% de la población».
Pero además, entre las múltiples obras de Sarmiento hay que mencionar la organización de la contaduría nacional y el Boletín Oficial que permitieron a la población en general, conocer las cuentas oficiales y los actos de gobierno. Creó el primer servicio de tranvías a caballo, diseñó los Jardines Zoológico y Botánico. Al terminar su presidencia 100.000 niños cursaban la escuela primaria.
También hechos curiosos y lamentables cubrirán su gestión. En 1871 la epidemia de fiebre amarilla causa más de 20.000 muertos, registrándose en ocasiones hasta 500 decesos diarios. Y en 1873 sufrirá un atentado de muerte, del cual, por su sordera, «ni se enteró». Será esta, una etapa tortuosa en el plano afectivo. Pasiones y culpas se conjugarán tras el amor por la joven Aurelia.
Curiosamente, la «Casa Rosada» le debe su color a la «administración Sarmiento», pues mezcló el antiguo punzo federal de sus paredes con el celeste unitario. En el terreno de lo cotidiano, se multiplicaran los diarios (ya no se venderán por suscripciones, sino en la calle, dando lugar a los primeros quiosco y al nuevo oficio del «canillita»); es así que aparecen «La Prensa», «La Nación» y «La Capital» de Rosario. Mientras que «El gaucho Martín Fierro» ya galopa en la «pampa» literaria de la mano de José Hernández.
4. Etapa de 1874 a 1888: La gloria vigente. Estrategia y desafío.
Convencido de que la construcción de una república necesita de la formación de ciudadanos que desarrollen «su inteligencia y su virtud», seguirá predicando que el Estado debe hacerse cargo de la preparación intelectual del pueblo, pues sostiene que «el verdadero patriotismo es el civismo». En síntesis, la permanente vigencia del pensamiento de Sarmiento es haber diseñado un «proyecto de país», donde ayer como hoy, la importancia de la educación es sustancial para el desarrollo económico, la equidad social, la transformación tecnológica, la ponderación de nuestros valores, la recuperación de la memoria histórica y la sustentabilidad democrática. Todo esto forjado, como él lo pensó, desde el ámbito de la escuela. «Hombre, pueblo, Nación, Estado, todo: todo está en los humildes bancos de una escuela», legado sagrado del «maestro de América» que debemos recuperar. Concepto estimulante que nos obliga a pensar que recomponer la confianza comienza por recomponer la memoria.
La estrategia, volver a potenciar el rol del conocimiento, la escuela y el maestro, transformando al Estado en un agresivo operador capaz de reformular el curso de los acontecimientos, marcando orientaciones claras con más inversión educativa, mayor capacitación docente y mejores condiciones de trabajo.
El desafío, profundizar «la misión escuela», pues como decía Sarmiento: «para tener paz en la República Argentina, para que los montoneros no se levanten, para que no haya vagos, es necesario educar al pueblo en la verdadera democracia, enseñarles a todos lo mismo, para que todos sean iguales… para eso necesitamos hacer de toda la república una escuela.»