Estas leyendo bien. “La etopeya” de San Martín. ¿Pero la palabra no es “epopeya”?
También existe una palabra, muy común entre nosotros, que es epopeya. Y que perfectamente se podría adaptar a relatar las acciones sanmartinianas. Una verdadera epopeya.La epopeya es una composición literaria en donde se cuentan las hazañas legendarias de personajes heroicos. Generalmente forman parte del origen de una estirpe, y casi siempre se constituyen en la tradición épica de un pueblo.
ETOPEYA en cambio, “es una figura literaria que consiste en la descripción de rasgos morales de una persona, como son el carácter, virtudes, cualidades espirituales o costumbres de personajes comunes o célebres”. Etimológicamente proviene del griego: “ETHOS”, que significa costumbre y que es la base de la palabra ética y “PORCO”, que significa describir, por lo tanto, en retórica antigua la finalidad de la ETOPEYA era la descripción de los rasgos éticos y morales de una persona; actualmente, la etopeya puede estar compuesta por otros rasgos de la personalidad, tales como la manera de ser, la manera de ver la vida, las costumbres, las diferentes actividades, la actitudes, los sentimientos, y en fin todo lo que nos parezca o llame la atención de las personas.
Ahora sí. La etopeya de San Martín
Si nos “metiéramos” en un personaje como San Martín, y por un momento nos sustrajéramos de ese genial militar, ganador de tantas batallas y libertador de medio continente, encontraríamos sin dudas, un costado humano en ese hombre, tan vigente y tan aleccionador, que con seguridad la muy buena imagen que de él tenemos se multiplicaría en una escala gigante.
Indudablemente nunca buscó el bronce. Gráfica resulta aquella estrofa de César Fernández Moreno en “Un niño y San Martín”.
“(…) Si él quisiera tomarlo de un manotazo airado,
El cielo le cabría en un puño cerrado.
Si él quisiera dos cielos. De un tajo formidable
En dos lo partirla con su virgíneo sable.
Pero él no quiere nada. Le basta lo que tiene:
El don de señalar el rumbo que conviene”.
Cierto y real. Un hombre de Estado. Político avezado. Humilde para renunciar a honores y dar un paso al costado cuando la situación hacía peligrar el objetivo fundamental. Esas virtudes acrecientan su inmortalidad. De ahí su legado. No en vano el incomparable Neruda, en su “Canto General” (décimo poemario, publicado por primera vez en México en 1950), nos dice de San Martín:
“(….) Mientras mayor el tiempo disemina
como agua eterna los terrones
del rencor, los afilados
hallazgos de la hoguera,
más terreno comprendes, más semillas
de tu tranquilidad pueblan los cerros,
más extensión das a la primavera.
Tu abarcaste en la muerte más espacio”.
San Martín el soldado de la cultura
Culto e instruido. Entre sus lectura figuran (fuente del Instituto Nacional Sanmartiniano), además de la bibliografía de práctica en un soldado ilustrado, obras de franco contenido humanista y de buena literatura. Entre ellos, Quevedo, Calderón de la Barca, Cicerón, La Bruyére, Voltaire, Plutarco, Rousseau, Montesquieu, Fénelon, las cartas de Abelardo y Eloísa, Vida de Juana de Arco, enciclopedias de Bellas Artes, diccionarios de América y otros de igual mérito entre los once cajones de la donación. Sin faltar La Ilíada, poema favorito de Alejandro Magno.
“Escribía lacónicamente, con estilo y pensamiento propios”, dice Bartolomé Mitre. Hablaba francés y, según se desprende de sus cartas, sus autores predilectos eran Guiberto de Nogent (Clermont, 1055- 1124; monje benedictino, teólogo e historiador francés en lengua latina, abad en 1104 del Monasterio de Nogent-Sous-Coucy, en la región de Picardía) y Epicteto, cuyas máximas observaba, o procuraba observar, como militar y como filósofo práctico. Pero más que filósofo, Epicteto, fue un moralista, que pensaba que donde el hombre debía probar su valía era en la vida cotidiana, en el contraste con la realidad. Epicteto además propuso dos modelos: Sócrates y Diógenes. Para él, estos dos personajes representan el modelo del sabio estoico, conocedor de la verdad, imperturbable, siempre acertado en sus juicios y sus comportamientos.
Generoso y defensor acérrimo del poder de la educación, convencido en el enorme valor de la escuela como herramienta para el sostenimiento de los principios libertarios. Después de la victoria de Chacabuco, el gobierno de Chile le otorga a San Martín diez mil pesos fuertes que donó para la fundación de la Biblioteca Nacional chilena. En Perú fundará la Biblioteca Nacional del Perú con la donación completa de sus libros y en su querida Mendoza se fundará en 1817 el Colegio Nacional, con el nombre de “Colegio de la Santísima Trinidad”, cuyos contenidos de enseñanza, estructura edilicia y organización interna “era muy avanzada para la época, y estaba a la par de los mejores Colegios sudamericanos, que contemplaban la enseñanza de música, teatro y técnicas de dibujo y artes plásticas. Al igual que en Perú, en Mendoza también impulsó la creación de la primera Biblioteca Pública Nacional.
En el Perú, entre otros tantos aportes fundacionales para la educación, impuso en forma obligatoria la alfabetización de los negros y aborígenes al mismo tiempo que el aprendizaje de un oficio industrial para una posterior inserción laboral digna. Además organizó en el Perú la creación del Museo Arqueológico con el objetivo de conservar piezas pertenecientes al Imperio Inca.
Entre sus notas particulares, podríamos agregar que fue un gran jugador de ajedrez, ocupando siempre el pretexto de una partida del juego ciencia para intercambiar con sus ocasionales contrincantes deportivos, opiniones puntuales sobre la estrategia a seguir o el análisis sobre el rumbo de los acontecimientos.
Guitarrista y cantor. Tuvo como maestro de guitarra en sus juventud al reconocido Fernando Sor (1778 – 1839) guitarrista y compositor nacido en Barcelona, recordado en Europa como el “Beethoven de la guitarra” en España.
Fue un gran motivador. En las filas castrenses, “los regimientos tenían su payador” (Ismael Moya), y ” la tradición oral asegura que San Martín gustaba improvisar con excelente voz de bajo” (Beatriz Seibel); por lo tanto tras las duras jornadas de adiestramiento militar era habitual distenderse alrededor de los fogones con retretas, cantos, poesías, danzas nacionales y marchas. En el caso de Cuyo, el campamento del Plumerillo se constituía en el predilecto escenario de reuniones multitudinarias al son de guitarras y requintos. Entre el repertorio que se ejecutaba estaban presentes los cielitos y las payadas. “Conviene recordar a muchos y enseñar a otros que en esos años, Juan Gualberto Godoy, el vate mendocino (el mismo que derrotó a Santos Vega) con apenas 21 años formó parte de la escolta de San Martín” (Damián Hudson).
El mendocino San Martín
Profundo y reflexivo. El icono máximo de la “mendocinidad”. Nacido en Corrientes. Ciudadano del mundo. Vecino de Cuyo. Mendocino por decisión, se convertirá en una referencia insoslayable para el pueblo “menduco”, transformando radicalmente la matriz cultural y productiva de Mendoza para siempre, erigiéndose en un “mito” fundacional de fuerte valor simbólico. Mito que se agiganta ante la fija idea de pasar sus últimos años en lo que llamaba “su refugio” de la Tebaida, allá en el este provincial.
Su liderazgo trasformó Mendoza. Tres años de estadía como “Gobernador Intendente” son un faro que ilumina el devenir de la futura vida provincial.
“Profundamente reservado y caluroso en sus afecciones, era observador sagaz y penetrante de los hombres, a los que hacía servir a sus designios según sus aptitudes. Altivo por carácter y modesto por temperamento y por sistema más que por virtud, era sensible a las ofensas, a las que oponía por la fuerza de la voluntad un estoicismo que llegó a formar en él una segunda naturaleza”.
El respeto por las Instituciones y su cultura política priorizando los temas de fondo; el afán por el orden y la limpieza; el máximo aprovechamiento de los recursos naturales; el sobreponerse a las adversidades geográficas y climáticas; más el perfil prudente, austero y visionario de sus equipos de trabajo convirtieron a Mendoza durante años en un espejo donde se reflejaba el país. Sin lugar a dudas, la impronta “sanmartiniana” marcó a fuego el comportamiento de la dirigencia y el pueblo mendocino.
San Martín el patriota
Siempre puso los intereses colectivos por sobre cualquier coyuntura sectorial. “No quiero manchar mi espada con la sangre de mis hermanos”, sostendrá.
“Todo buen ciudadano tiene la obligación de sacrificarse por su país, y mi objetivo no ha sido otro que el bien y la felicidad de nuestra patria, y al mismo tiempo el decoro de su administración….”. Ojalá el esfuerzo sanmartiniano perdure por siempre, y contagie a nuestro sector dirigente. Más aún en tiempos, donde la transparencia en los objetivos, la idoneidad para cumplirlos y el valor para lograrlo están librando una dura batalla cultural.
Fuente: Gustavo Capone