Historias de Mendoza
Entre gallos y medianoche
La vieja Europa en general, y muy particularmente nuestra «madre patria» España, nos legó innumerable cantidades de tradiciones. Desde aquellos prehispánicos tiempos, muchos de los usos y costumbres nativas se modificaron abruptamente: el idioma, la religión, el paisaje urbano. Pero también gran cantidad de juegos y recreaciones populares, llegaron de la Península Ibérica incorporándose rápidamente a la vida cotidiana de los americanos.
Desde los barcos también bajaron, la pasión y la veneración por las actividades que vinculan el mundo zoológico con el lúdico campo del esparcimiento. Y si bien, las originarias culturas americanas tenían un claro reconocimiento por la vida animal (el panteón religioso nativo así lo muestra), con la llegada del europeo la relación entre animales y hombres cambió.Y así fue como las riñas de gallo y las corridas de toro, en un primer tiempo, más las carreras de galgo (años después), empezaron a ocupar el cotidiano espacio popular que vinculaba lúdicamente la acción humana y los animales.
Tradicionalmente el hombre usó a los animales. Ellos servían para el trabajo, la guerra o la alimentación. También, y paralelamente, la dimensión religiosa, mágica y literaria les brindó a «los bichos» un lugar preponderante, aprovechando la fascinación que despertaban los animales en nuestras sociedades. Apareció además una fusión que sobredimensionó las funciones propias del mundo animal, estimulando la imaginación y la fantasía. Así fue como llegados de distintos continentes a través de distintas colectividades: sirenas, centauros, unicornios, minotauros, caballos alados o dragones, junto a las americanas serpientes emplumadas, a los cocodrilos que se alimentaban de rayos de sol, a los cóndores andinos que trasportaban diosas o a las vicuñas que se convertían en humanos, empezaron a convivir entre nosotros, agigantando la presencia animal en el derrotero habitual de nuestros pueblos con un fuerte arraigo popular. Apasionamiento que se acrecentaba cuando al momento del ocio se agregaba el complemento de las apuestas y el negocio.
Marchas y contramarchas
Si bien la Asociación Protectora de Animales fundada en épocas de Sarmiento se oponía terminantemente a estas manifestaciones consideradas «sanguinarias», sobre todo riñas y corridas, no había en el país una legislación que prohibiera la concreción de éste tipo de reuniones.
Un antecedente en la Provincia de Mendoza, está dado por la Ordenanza Municipal de la Ciudad Capital de 1883, que autorizó la realización de riñas de gallos, siempre y cuando, se pagará un tributo y se cumpliera con los requisitos de un protocolo establecido, que exigía la presencia de veedores municipales para controlar la seguridad pública, la transparencia de las apuestas y el estado de salubridad de los gallos.
Otro antecedente es en el Departamento de Rivadavia, también fue un adelantado en dicha materia, ya que en 1890 sancionó la Ordenanza Municipal autorizando las riñas y las apuestas, pero además, designó a Jacinto Gil como primer «Juez Municipal de Canchas de Cuadreras y Reñideros de Gallos», con el rango de «máxima jurisprudencia en caso de pleitos o polémicas que pudieran surgir». También se constituyó un área administrativa de quien dependía un auxiliar y un empírico veterinario conducido por el médico municipal Abel Valdez Pumaverio, cargo que luego ocupara Juan Bautista Vidal en absoluta concordancia con el Comisario Policial. A la comisión fiscalizadora se agregaba el cura parroquial.
Por ese entonces el Presbítero Juan Jordán y Puebla, era el cura párroco de San Isidro, mientras el Comisario de «Centro» fue Francisco Cabrera y en el distrito de La Libertad: Antonio Castro y luego Ricardo Galigniana.Por entonces Rivadavia se convirtió en una extraordinaria plaza para éste tipo de manifestaciones, lo que generó que el pueblo fuera centro de encuentros nacionales, pues poseía todo un aparato administrativo que garantizaba el desarrollo normal y formal de los eventos.
La sanción de la Ordenanza legalizando las riñas y cuadreras tuvieron una inmediata incidencia, a lo que se agregaba la llegada del ferrocarril, teniendo una notoria repercusión económica y turística reflejada en la apertura, de cuatro hoteles y la proliferación de bares y lugares «non sancto», como las conocidas «casa de tolerancia», que a su vez generaban un extenso circuito económico que involucraba gran cantidad de mano de obra: las chicas del oficio milenario, meretrices, cafishos, «matones» de seguridad, coristas, cantantes, locutores, cantineros, lícoreros, mucamas, cocineros, cocheros, comisionistas, parroquianos y seguro, la complicidad de policías, médicos, gobernantes y jueces, escondidos bajo una hipócrita pantalla de «hombres de bien», en el medio de una sociedad que casi siempre hacia «la vista gorda».
Todas estas manifestaciones lúdicas (riñas, cuadreras, galgos, corridas) fueron definitivamente prohibidas por la Ley 14.346 de 1954, dando lugar a un nuevo escenario, tan concurrido como el anterior, pero con otra dosis de adrenalina: se convirtieron en clandestinas, y había que apostar además, para que no llegará la policía.